“El misterio de los ratones desaparecidos”
En una mansión muy, pero muy grande, vive una comunidad de ratones; ellos siempre están en la búsqueda de comida; y con gran esfuerzo, siempre han sabido encontrarla.
Todos los ratones viven detrás de una de las esquinas de la cocina, por donde está un pequeño hueco, cerca del refrigerador.
En esa comunidad, vive Pepino, un ratón, que ha diferencia de los demás es muy tímido. Ya tenía un año de edad (para ser ratón era ya un adulto) y aún vivía con sus padres.
Era tan tímido que no podía salir del hueco a buscar su propia comida. El sólo imaginar que estaba fuera de allí, lo aterraba. Su papá buscaba la comida por él.
Por eso todos los demás ratones se burlaban, incluso los que eran menores que Pepino, le decían “el miedoso”, y no lo respetaban.
Pepino se sentía muy mal, quería ser valiente, demostrarle a los demás que no era ningún miedoso; pero no podía, en verdad temía, y mucho.
Un día su papá se demoró en regresar a casa, Pepino y su mamá se preocuparon. Para él la idea de que algo le pasara a su papá, era doblemente terrible. Primero, porque sufriría mucho por la pérdida, ya que lo quería demasiado; y segundo, porque tendría que ser él, quien busque la comida fuera del hueco, tendría que velar por su mamá.
Felizmente su papá regresó, los temores se escondieron; pero Pepino, sabía que el día en que tendría que enfrentar sus miedos, estaba muy cerca.
El papá de Pepino se llamaba “Garbanzo”. Era el ratón más viejo de toda la comunidad y pese a su edad (tres años), aún ayudaba en la recolección de comida.
La mamá se llamaba “Yema”, era extremadamente sobre protectora con Pepino; lo cuidaba demasiado.
Pero el pobre Pepino ansiaba poder independizarse, formar su propia familia, tener hijos y enseñarles a defenderse por sí mismos; pero ¿cómo lo haría?, si él mismo no podía cuidarse.
Los ratones entraban a una gran alacena, donde se guardaban todas las reservas de comida de la casa y que, Garbanzo descubrió tiempo atrás. Todos contaban anécdotas de lo lindo que era estar en ese lugar; Pepino era uno de los pocos que no lo había visitado, pese a desearlo con muchas ansias.
En la misma casa vivían otros animales: Una de ellas era “Fiona”: una perra Rottweiller de gran tamaño y fuerza; para los ratones era una amenaza, ya que, pese a su buen carácter, podía aplastar a alguno de los pequeños roedores, sin darse cuenta.
También vivía “Morita”, una gata negra y peluda. Ella no cazaba ratones muy frecuentemente, pero un gato es un gato; para un ratón es siempre un peligro.
Otra gran amenaza eran las ratas, tan sucias y agresivas que nadie más las toleraba; ni siquiera sus propios primos los ratones; los humanos, peor, porque las odiaban. Por eso se escondían siempre y habían aprendido a ser sigilosas.
Pero el peor de todos los peligros lo representaban los humanos. Ellos perseguían a los ratones que salían a robar su comida. En más de una oportunidad, dejaban, a propósito, pequeños pedazos de queso en el piso, los ratones que comían de ese queso cerraban sus ojos para siempre; por eso los demás aprendieron a desconfiar de ellos.
Garbanzo preparó a todos sus hijos para los peligros de la vida; por desgracia, nunca pudo enseñarle a su hijo Pepino como obtener valor; eso lo ponía muy triste, pues Pepino era su hijo predilecto.
Pepino tenía una amiga ratona que lo quería mucho: “Nata”, la ratona más valiente que existía en la mansión. Era pequeña y frágil, pero eso no la detenía nunca; empezó a buscar comida desde muy joven y a la edad de Pepino ya tenía tantas visitas a la alacena como el propio Garbanzo.
En una oportunidad Nata trepó hasta otra alacena, la más alta de la casa, y encontró una caja de galletas saladas, que luego los ratones utilizaron para alimentarse por toda una semana. Pepino la admiraba.
Pero si había un ratón que todos conocían en la mansión era Rondín, tenía alrededor de dos años y era considerado una leyenda. Nadie sabía como llegó allí, ya que no tenía ningún familiar conocido, pero desde su llegada se hizo famoso por grandes hazañas.
Era el mejor recolector de comida de la comunidad, no sólo traía los alimentos más frescos, variados y en mayor cantidad; sino que, en una oportunidad, subió hasta la mesa del comedor y, delante de los propios humanos que desayunaban, se llevó el queso francés finísimo, sin que se dieran cuenta.
Rondín además enseñó a los jóvenes ratones a sacar el queso de las ratoneras sin lastimarse; y a tomar precauciones.
Todos lo admiraban, todos querían ser como él.
Pero algo ocurrió; en una oportunidad las ratas, al mando de su líder: el enorme “Víscera” exigieron a los ratones a entregarles su comida con amenazas.
Los ratones no aceptaron y Víscera les declaró la guerra. El valiente Rondín sabía que los ratones nunca ganarían a las temibles ratas en una pelea. Pero sí se sentía capaz de vencer a Víscera. Así que lo retó. Rondín pensó que al ganar la pelea, el resto de ratas, al ver a su líder vencido, se irían.
Y así fue, Víscera cayó en las provocaciones de Rondín; aceptó la pelea y la perdió. Las ratas se alejaron del lugar, siguiendo a su líder derrotado.
Todos aplaudieron una vez más a Rondín, pero él, no podía hacerles caso; algo le dolía, su ojo izquierdo, no podía abrirlo. Nunca más lo hizo.
Los héroes son rápidamente olvidados. Rondín se volvió descoordinado y lento, se tropezaba constantemente y caía al suelo. Cuando otros ratones salían con él a buscar alimento, se retrazaban, exponiéndose al peligro por su culpa; poco a poco, lo fueron dejando de lado hasta que no le permitieron salir con ellos nunca más.
Como todos los años llegó el verano y los humanos de la casa se fueron por varios días de vacaciones. Los ratones se quedaron prácticamente solos y la alacena completamente llena. La casa no podía estar mejor.
Pero aquella comida misteriosamente empezó a desaparecer, como si alguien más estuviera allí. Era extraño, desaparecía cada vez más y más; después de dos días, desapareció completamente. Eso obligó a los roedores a buscar en los estantes; pero nada, tampoco allí había algo que comer.
La cosa empeoró dos días más tarde. Los ratones buscadores también empezaron a desaparecer; primero los mayores, luego los más jóvenes. Todos forzados por el hambre, se arriesgaban aún sabiendo que podía pasarles lo mismo. Casi todos desaparecieron, incluso Nata, Pepino estaba preocupado.
Los ratones que quedaban eran, o demasiado viejos o demasiado jóvenes. Sólo habían tres opciones posibles: Garbanzo, Rondín y muy a su pesar, Pepino.
Pepino estaba sumamente aterrado, esta vez era su turno, tenía que elegir entre buscar a los demás como un valiente o ser echado de la comunidad por cobarde; nunca sintió tanto miedo.
A Rondín en cambio, la situación lo emocionó; salvaría a los demás y confirmaría su heroísmo. No podía ocultar su entusiasmo.
Los tres últimos ratones adultos fueron reunidos: Rondín, Garbanzo, y el temeroso Pepino, que se ocultaba detrás de su padre.
Rondín tomó la palabra
- “No se preocupen”, este pequeño ratón –refiriéndose a Pepino- y yo, traeremos comida para los demás. “Denlo por hecho, no necesitamos al viejo”.
Los ratones escucharon atentos y aceptaron que Garbanzo no estaba para esos trotes. Entonces la única esperanza de encontrar comida y a los demás recaía en Pepino y Rondín.
Pepino no sabía donde ocultarse, quería correr de regreso al hueco y meterse debajo de su cama; pero no podía, Rondín lo miró con firmeza, y en medio de aplausos, ambos se marcharon.
Partieron muy de noche porque era más seguro; atravesaron toda la cocina hasta la entrada de la sala de la casa, Pepino nunca había estado allí. En eso sintieron algo, como si alguien los espiara.
Era “Piquete”, uno de los ratones perdidos, estaba herido y les habló:
-“Regresen… es muy peligroso… no tienen idea de lo que está ocurriendo… son unos…”
Sin poder terminar de decirles lo que pasó Piquete se desvaneció.
Pepino lloró pensando lo peor, Rondín lo calmó- “sólo está desmayado, pero necesita que lo curen”- dijo. Luego cargó a Piquete, Pepino lo ayudó, y regresaron muy cerca de su hogar. Dejaron a Piquete y retomaron la misión.
Piquete era, sin duda, el mejor ratón de ese momento; el más alto de todos, tan fuerte como Rondín, pero más joven y rápido
-¿Quién pudo haberle hecho eso?- dijo Pepino.
- Si hubiera sido la gata, se lo habría comido… si Fiona tuvo algo que ver…se notaría…los humanos no están… ¿las ratas?... imposible… ellas le habrían dejado su asqueroso olor… Piquete olía a otro ratón… como si uno de nosotros lo hubiese atacado… ¡no tiene sentido!”- dijo Rondín.
Mientras Rondín pensaba, Pepino no salía de su temor, si hubiera podido desmayarse lo habría hecho; su compañero lo miraba con cólera, necesitaba un apoyo a su lado, no una carga.
Salieron de la cocina, Pepino vio la sala de la casa por primera vez: era grande, mucho más que la cocina. Pasaron entre las sillas del comedor; esta vez, sí estaban siendo espiados. Morita, la gata, los veía desde lo alto de un mueble.
Saltó enfrente de ellos y maulló, se relamió la boca al observarlos. Rondín se quedó quieto, Pepino temblaba, no podía moverse, Rondín vio a su compañero completamente petrificado y tuvo una idea. Se paró en dos patas y empujó a Pepino en dirección a la gata, luego corrió para otro lado. Por estar el piso lustrado, Pepino, resbaló a toda velocidad pasando por entre las patas de la gata; el impulso lo lanzó hacia el pasillo de la entrada de la casa.
Morita, al sentirse tontamente burlada, pensó perseguir primero a Pepino; pero Rondín le gritó con el fin de que lo persiga a él, Morita lo hizo.
Rondín corrió, se agarró del mantel de la mesa y lo trepó; Morita quiso hacer lo mismo, pero su peso hizo que el mantel se resbalara y un florero que estaba sobre la mesa cayera sobre ella. Rondín saltó de la mesa y huyó a toda velocidad.
Ese incidente hizo que Pepino se quede solo, no veía a Rondín por ningún lado, temía lo peor.
Luego de ocultarse en una esquina, vio un hueco muy parecido al de su casa; entró, pero no vio a nadie, estaba completamente oscuro.
En el lugar Pepino encontró queso en pequeñas cantidades; estaba muy nervioso como para comer; pero como en los últimos cuatro días sólo había comido plantas, tragó hasta hartarse.
Luego de saciarse y separar un poco de queso para Rondín en una pequeña bolsa, vio unos ojos penetrantes que se acercaban lentamente, no podía ver quién era por la oscuridad del lugar.
-¿Quién eres?- le preguntó.
-Soy Pepino… un ratón de la cocina…
Los ojos no le respondieron nada; Pepino sintió que lo empujaban para sacarlo del hueco. Una vez afuera se dio cuenta que se trataba de una rata. Aparecieron cuatro ratas más. Junto con ellas, el líder: el famoso “Víscera”.
Pepino lo conocía muy bien, a pesar de su temor, contuvo el aliento y les habló:
-“¿Por qué… atacaron a Piquete…?”… “¿Dónde tienen… a los otros ratones… adónde se han llevado… la comida…?”.
Las ratas lo miraron con sorpresa e ira
- “Nosotras no hicimos nada de eso”- respondió “Bacteria”-una de ellas-.
- “¡Sabemos que fueron ustedes… el hecho de que te descubriéramos robando nuestra comida lo confirma!”.- gritó la rata.
Pepino se disculpó, les dijo que estaba muy hambriento, que su familia ya no tenía comida y que los suyos estaban desapareciendo.
-“Sólo he comido césped en estos días…perdónenme señores ratas… no me hagan daño… yo puedo ayudar… tal vez… no sé… podamos… averiguar que pasó… trabajando juntos…”, dijo asustado Pepino.
Las ratas no aceptaron la proposición; le ataron las patas con un hilo para dejarlo cerca de la comida de la gata, sin posibilidades de huir.
-“La gata va a estar feliz con este bocado”-dijo bacteria sonriente.
Cuando cargaban al pequeño ratón se quedaron sorprendidos, Víscera vio a otro ratón acercarse a toda velocidad; era Rondín, su antiguo rival. Víscera se emocionó, ahora sí se vengaría. Eran cinco ratas contra un ratón, esta vez sí ganaría la pelea.
Pero Rondín ignoró a Víscera por completo, pasó por su lado, mandó a Bacteria al piso de un solo empujón, cargó a Pepino y se lo llevó corriendo.
Las ratas no tuvieron tiempo de reaccionar, pues Morita venía persiguiendo al ratón y por la velocidad que llevaba no pudo frenar a tiempo. Las ratas tampoco pudieron esquivarla, se escuchó un fuerte choque, como en el “bowling”.
Pepino le agradeció a Rondín mientras lo desataba; lloró y lo abrazó sin dejar de agradecerle, estaba desconsolado. Rondín lo empujó, le increpó que se comportara.
-“¡No siempre voy a estar para salvarte!”, “¡debes aprender a cuidar de ti mismo!” - le regañó.
Pepino se disculpó, secó sus lágrimas y le entregó la comida que había guardado para él. Rondín aceptó el queso, le agradeció; luego retomaron la marcha.
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- “No creo que las ratas tengan algo que ver con la desaparición de los ratones” dijo Pepino.
-“¡Yo te lo dije… el hecho de que estés apestando a ellas lo confirma…! ¡Piquete olía diferente…! ¡No son las ratas!... respondió Rondín
Pasaron por la puerta del baño, estaba abierta; Fiona, la perra, se encontraba tomando agua del inodoro. Rondín y Pepino necesitaban sacarse el olor de las ratas. Entraron caminando de puntitas (con los humanos hubiera sido innecesario; pero era un perro, su oído es muy desarrollado).
De pronto la puerta del baño se cerró con los tres animales adentro; nadie los podría ayudar, porque no había ningún humano en la casa para jalar la perilla de la puerta; estaban en problemas.
Pepino propuso pedirle ayuda a la perra para poder salir; pero Rondín se negó.
-“No podemos confiar en nadie... menos en un perro”_ dijo Rondín.
Pero Pepino recordó algo que su papá una vez le contó:
-“Mi papá era joven, salía por primera vez a buscar alimento, por su inexperiencia se acercó demasiado a la comida de la perra y empezó a comer de allí; de pronto un peso enorme atrapó su cola evitando que pueda huir; era Fiona. Ésta en vez de hacerle daño, le advirtió que no vuelva a acercarse a su comida y luego del susto lo dejó ir”, contó Pepino.
Pepino se acercó a Fiona, ella rasgaba la puerta del baño desesperada; el ratón, a pesar de su temor se presentó:
- “Disculpe gran señora... veo que está en problemas.. sabemos perfectamente que puede salir sola, pero nosotros podríamos ayudarla a salir más rápido... nos agradaría mucho serle de utilidad”
La perra aceptó encantada.
-“Si me ayudan a salir, los llevaré donde quieran.”
Rondín no lo pudo creer, Pepino por fin era útil, y en qué medida.
La puerta no tenía una perilla, sino una manija; ésta estaba colocada de manera muy inusual, en la parte alta, tan arriba que sólo un humano la podía utilizar. Ni siquiera Fiona, parada en dos patas, llegaría.
A Rondín se le ocurrió una idea y se la contó a Pepino.
Primero tendría que subir en el lomo de Fiona, ella lo llevaría hacia el lavatorio, de allí saltaría hacia la toalla para hacer otro salto que lo lleve a la cortina de la ducha. Luego treparía hasta el metal que la sostiene, caminaría por él hasta el cable de la ducha eléctrica. Llegaría a las pequeñas ventanas del baño que están enfrente de la puerta y de allí saltaría a la manija de la puerta, todo eso evitando morir en el intento.
-“¡Yo tengo una mejor idea!”- dijo con mucho entusiasmo Pepino.
- “¿Mejor que mi idea?... lo dudo...”- dijo Rondín ignorando al pobre Pepino.
En efecto, Rondín hizo todo lo planeado y al cabo de algunos minutos, y con mucho esfuerzo, abrió la puerta. Una vez que salieron del baño, por fin Pepino se animó a contarle su idea.
“¿No era más simple que Fiona te llevará sobre su cabeza hasta la puerta, se parara en dos patas, se apoyará en la puerta y tú saltarás hasta la manija?”- sentenció.
Rondín nunca se sintió tan torpe, arriesgo su vida tontamente, por eso prometió escuchar a su compañero la próxima vez. Pepino se dio cuenta que Rondín era coordinado de nuevo.
Salieron del baño en el lomo de Fiona con dirección a los dormitorios del segundo piso, pero al pasar por el cuarto del depósito que se encontraba debajo de la escalera escucharon un sonido; algo que les llamó la atención; un sonido particular, como si algo o alguien estuviera allí dentro. La perra no pudo evitar meter el hocico y luego entrar; los ratones trataron de evitarlo, pero les fue imposible. En eso, la puerta del cuarto de depósito se cerró. Estaban atrapados otra vez.
El pequeño cuarto estaba vacío, Rondín buscó y buscó, pero no encontró a nadie allí. Parecía una trampa, ¿pero quién la habría tendido? El ratón siguió buscando y encontró un pequeño hueco, lo suficientemente grande como para que los ratones salgan, éste conducía hacia el segundo piso, pero estaba tan alto que ni con la ayuda de la perra llegaban.
Felizmente el lugar estaba repleto de cajas de gaseosa apiladas una sobre la otra. Rondín y Pepino subieron, éste último con mucha dificultad. Salieron en dirección al segundo piso, sin antes prometerle a Fiona, que volverían por ella.
El segundo piso era muy amplio, tenía pasadizos que llevaban a muchos cuartos; unos más grande que otros. También tenía un gran balcón que se encontraba abierto. Pepino había llegado a donde ningún otro ratón antes llegó.
Ambos se sentían muy cansados, decidieron esconderse en un cenicero tirado boca abajo en el piso del balcón. Pepino sólo dormitaba (era demasiado nervioso como para poder dormir realmente) Rondín, en cambio, se quedó profundamente dormido.
Minutos después, mientras Rondín seguía durmiendo plácidamente, Pepino abrió los ojos y grande fue su sorpresa al ver a un tercer ratón parado en medio del balcón; estaba inmóvil y miraba hacia la calle; Pepino decidió acercarse al misterioso roedor y al tocarlo notó que no era de verdad; era el juguete del gato que tenía forma de ratón y lo extraño es que no estaba allí antes.
Pepino lo volvió a tocar con más fuerza; el juguete empezó a rodar haciéndose sonar el cascabel que tenía en su interior. Rondín despertó violentamente. El sonido también atrajo a un gavilán que volaba por la zona.
El ave de rapiña se lanzó a toda velocidad, sin perder tiempo sobre las apetitosas presas. Pepino se paralizó, no sabía qué hacer; sólo atinó a mirar a su verdugo mientras se acercaba velozmente hacia él.
Rondín se apresuró y empujó a Pepino; salvándolo así otra vez; pero no pudo salvarse así mismo. Pepino sólo alcanzó a ver al gavilán alejarse con Rondín en una de sus garras.
No era la primera vez que a Rondín lo atrapaba un ave de rapiña. En una oportunidad fue capturado por un halcón muy grande; y aún así logró salvarse. Pero no por astucia, sino porque un segundo halcón hambriento se abalanzó y atacó al primero para robarle su presa. Rondín cayó directo por una chimenea. La chimenea de la mansión donde vivía Pepino.
Pero eso fue antes, ahora su destino era incierto; al igual que el de Pepino, quién ahora sí estaba completamente solo.
-“Era en una trampa”- pensó Pepino, -“si lo hubiera despertado”-dijo- en voz alta.
Muy resignado se dirigió a uno de los cuartos. Lo que vio lo llenó de alegría y tristeza a la vez. Vio a todos los ratones desaparecidos, a todos (alrededor de treinta roedores) encerrados en una pecera enorme que estaba sobre un ropero muy alto. Los ratones encerrados se veían muy tristes y asustados.
Incluso, su mejor amiga, Nata, estaba allí, ella fue la única que lo miró con emoción; los demás se desilusionaron de su presencia; no confiaban en él, esperaban a Piquete.
Pero Nata trató de comunicarse con Pepino haciéndole señas; él no entendió, la distancia entre ambos era muy grande.
Además los otros tenían razón, subir hasta allí para el pobre Pepino, era casi imposible. Él sólo atinó a salir del cuarto, se sentía desesperado, quería ayudarlos, pero no se le ocurría una buena idea.
Al salir del cuarto, algo lo sacó de su consternación; Morita lo esperaba (no era el ratón que ella hubiera querido devorar, pero le daba igual).
Esta vez Pepino no se petrificó, corrió en dirección de los otros cuartos, a cada paso que daba Morita se acercaba más y más; con un zarpazo la gata le rozó la cola en más de una oportunidad.
Al llegar al último cuarto, Pepino se escondió debajo de un librero grande, Morita maullaba y metía la garra, una y otra vez, para sacarlo de su escondite.
Luego de tratar y tratar de atrapar al ratón, Morita se fue muy molesta y Pepino por fin pudo salir del lugar, no pensó que saldría con vida.
Pero vio otra cosa: algo extraño. De una esquina vio salir a una ratón, esta vez sí era una ratón, se movía como tal, era hembra y también distinta a las que él alguna vez había visto. Tenía el pelo de color blanco y claro, sus ojos eran rojos. Pepino no pudo evitar acercarse.
Ella no le dijo nada y le ofreció una aceituna, grande y verde. Pepino intentó preguntarle quién era, pero fue inútil; ella insistió en que comiera la aceituna. Pepino sólo comió un poco (no tenía mucha hambre) y se quedó profundamente dormido.
Lo despertaron con un chorro de agua fría. Cuando Pepino abrió los ojos se dio cuenta que la ratona no estaba sola; eran tres: ella y dos machos. Uno alto, flaco y de cabeza grande, que parecía ser el líder; y el otro, enorme y grueso.
El líder lo miró despectivamente y le preguntó.
-“¿Hay otros como tú?... ¿de tu edad?”
-“No... no hay nadie más que yo”- temeroso -Pepino respondió.
El ratón grande se llamaba “Pelos”, y para ser sólo un ratón, era gigantesco como una rata; gruñía todo el tiempo y tenía una mirada agresiva, como si odiara a todo el mundo.
Al líder lo llamaban “Omega”, era un ratón que tenía una mirada tan penetrante que asustaba, cuando Pepino quiso preguntarle algo, él respondió:
-“Sólo yo hago preguntas... ¿entiendes?”
-“Esta bien”- dijo Pepino
-“Dime... ¿en verdad no hay nadie más que pueda venir a buscarte?”- preguntó, mientras observaba fijamente a Pepino.
-“Ya dije que no... ya no hay nadie más”- dijo Pepino. Eso hizo que Omega sonriera maliciosamente.
-“Felizmente Pelos ya no tendrá que enfrentarse a otro de esos chuscos... aunque vencer a ese ratón fue para él tan fácil... como para mí tan divertido, verlo correr moribundo”.
Pepino se dio cuenta de que había sido Pelos el que lastimó a Piquete, no pudo contenerse más, tenía miedo, pero también ira e indignación, entonces sólo gritó:
-“¿Por qué has hecho todo esto?”- exclamó Pepino
-“¿Por qué?... ¿Por qué encerré a tus amigos en la pecera y escondí la comida?”.
Omega le reveló sus oscuros propósitos. Le dijo que en el sótano de la casa hay un laboratorio que pertenece al doctor Martel, jefe de familia y dueño de la casa, quien es además el científico más famoso y renombrado del país.
Desgraciadamente el doctor Martel utiliza cada año a miles de ratones blancos para probar sus experimentos.
Entre ellos había un ratón muy tierno e inocente llamado “Campanita”, quien pasó por terribles situaciones y fue testigo de las muertes de sus seres queridos, sin poder hacer nada para salvarlos.
En una oportunidad Campanita vio morir a su papá en un experimento, y en medio de su sufrimiento, vio algo más.
Desde su pequeña jaula, en lo alto de una mesa vio a otros como él, eran sucios y de color plomo como el polvo; pero eran libres, podían ir a donde quisieran y hacer lo que quisieran. Ver a estos seres libres y sin pasar penurias como él, lo entristeció mucho, luego lo enfureció, para luego cuestionar su existencia y terminar odiándolos.
Ellos se dieron cuenta y empezaron a burlarse de su situación; “tonto esclavo”- le gritaron- “ratón de laboratorio”-. Por ese hecho sumado, al dolor e impotencia de perder a su padre, Campanita lloró amargamente.
¿Cómo era posible que ellos: sucios y desagradables estén felices y contentos; libres para poder decidir sus destinos; mientras que su padre y sus demás amigos, ratones blancos, tengan que pasar estas torturas?
Desde ese día “Campanita” desapareció para siempre; otro ratón apareció en su lugar: “Omega”. Desde entonces su principal fin sería hacer que esos ratones plomos y sucios sean los que padezcan, mientras los suyos vivan libres por el mundo.
¿Pero cómo lo haría?, ¿Cómo saldría de aquella jaula, liberaría a los suyos y pondría su plan en marcha? y ¿cuál era el plan?
Lo que Omega tenía a su favor era la inteligencia. La había adquirido durante un experimento en el cual casi muere; al recuperarse por completo desarrollo su cerebro enormemente.
El doctor se dio cuenta del cambio físico, pero nunca de su desarrollo intelectual. Fingía en los exámenes que le practicaban diariamente; su inteligencia era tal que, podía incluso actuar y aparentar como un ratón normal.
Gracias a esa inteligencia, pudo aprender códigos de acceso de todo el laboratorio: como abrir cada jaula, y dar provecho a cada elemento químico que encontraba.
El principal problema de Omega era su debilidad; no era fuerte, sólo alto; tendría que pedir ayuda a los suyos.
Pero los dos ratones que quedaban en el lugar no estaban muy contentos de ayudarlo: Pelusa la pequeña ratona, sólo pensaba en huir, nunca en lastimar a nadie.
También estaba el hermano de la ratona, Pelos; que era un ratón muy torpe, no hablaba, y a pesar de ser extremadamente grande, no era violento.
Omega entonces vio la forma de convencerlos, a Pelusa le prometió que la dejaría en libertad sólo a cambio de su ayuda; ella, con el remordimiento más grande, aceptó.
A Pelos en cambio, lo dominó con inteligencia. Le hizo creer que los culpables de sus desgracias eran los ratones plomos, y que luego de liberarlo, debía hacerle caso en todo; sólo así podrían ser libres para siempre.
Luego esperó que la familia dejara la mansión y saliera de vacaciones. Apenas ocurrió, liberó a los ratones blancos, combinó diferentes elementos químicos del lugar con el fin de utilizarlos en el futuro y juntos huyeron del laboratorio.
Pudieron haber huido también de la casa, pero Omega prefirió que se quedasen allí:
-“Primero nos encargaremos de los ratones plomos... luego nos iremos”- dijo.
Entonces los estudió, se dio cuenta que la casa estaba infestada de aquellos ratones, que salían en grupos pequeños y casi no se les notaba.
También estudió a las ratas. Se percató de que no eran muchas, y casi nunca se les veía porque buscaban alimentos en las casas vecinas. Al perro lo podía encerrar en el baño o en el cuarto de depósito. La gata era fácil de evitar. Era predecible, llevar a cabo su plan sería muy fácil.
Entonces Omega y los otros dos (Pelos y Pelusa) empezaron a visitar la gran alacena, poco a poco empezaron a esconder la comida. A los dos días la alacena estaba completamente vacía: la primera parte del plan estaba cumplida.
Paso dos: la desesperación de los ratones por el hambre, los hizo presa fácil. Con los químicos del laboratorio creó un somnífero que roció en pedazos de comida, irresistibles para los pobres ratones hambrientos. Al comerlos quedaron profundamente dormidos.
Luego Pelos los llevó hacia una pecera, en lo alto de un ropero. Allí había alimento esperándolos, pues tenían que estar vivos y sanos para cuando regrese el científico.
Pero Omega subestimó a Piquete, él no comió de inmediato, sino que siguió buscando a los demás; entonces envió a Pelusa a persuadirlo; pero Piquete tampoco confió en ella y le obligó toscamente a responder quién era.
Al ver esto, su hermano Pelos se abalanzó a protegerla y luego de una breve pelea, Piquete resultó herido.
Pero sus heridas no le importaban tanto; Piquete debía prevenir a los otros, y con mucho esfuerzo, pudo regresar hasta la cocina donde encontró a Pepino y a Rondín.
Y precisamente era con ellos, con los que Omega no contaba, porque nunca los había visto, aunque ya no eran problema, a uno le puso una trampa con el gavilán y el otro era ahora su prisionero.
Todo estaba perfecto, sólo era cuestión de subir a Pepino a la pecera y listo: su plan estaba cumplido. Una vez que el doctor Martel regrese y no encuentre a sus ratones blancos, buscaría en otras partes de la casa y al entrar a la habitación de su hijo; sorpresa: treinta ratones listos para ser víctimas de sus más terribles experimentos.
-“¿Ahora lo entiendes?... ahora eres tú el ratón de laboratorio- dijo Omega-, y ordenó a Pelos que encerrara al pequeño ratón en la pecera con los demás.
Mientras era conducido hacia su futura prisión, cogido por la cola, Pepino pensó mucho; realmente lamentaba no haber podido ser de ayuda a sus amigos ratones; la imagen de Garbanzo vino a su mente.
-“Una vez más te decepcioné papá... lo siento mucho... lo siento mucho Rondín y Piquete... su esfuerzo fue en vano... soy un cobarde... perdónenme por ser un cobarde”- pensó.
Pero Pepino seguía pensando -“me duermen y me suben como a los demás... Nata ya no me va a querer... ¿¿UN MOMENTO??... ¡YO NO ESTOY DORMIDO!...
Pepino miró fijamente la cuerda de la cortina que se encontraba cerca de él. Entonces hizo algo que nunca pensó que podía haber hecho. Se armó de valor y mordió la pata de Pelos tan fuerte como pudo, éste soltó a Pepino.
Omega no podía creer lo que vio. Supuso que el pequeño ratón caería al piso; pero no fue así, se agarró de la cuerda y trepó por ella hasta llegar a la ventana.
Omega empezó a gritarle a Pelos, recriminándole su ineptitud. Éste furioso saltó detrás de Pepino, pero no pudo alcanzarlo porque el pequeño ratón ya había escapado por un pequeño espacio que faltaba cerrar de la ventana. Pelos, al ser más grueso no pudo pasar.
Pepino estaba por fuera de la ventana; no sabía qué hacer; así que sólo trepó en dirección de la azotea de la casa usando unas grietas de la pared. Casi al llegar a la azotea sus fuerzas desaparecieron; no pudo más y se soltó. Pero cuando pensó que llegaría su final, sintió una pata amiga que lo sujetó y lo jaló hacia el techo de la casa: era Rondín.
Estaba muy golpeado y su colita rota, pero se sentía contento de ver a Pepino con vida. Pepino también estaba feliz de verlo, no podía creer que se había salvado de las garras del gavilán.
Cuando el Gavilán lo tenía sujetado del pecho, Rondín le mordió la pata, éste por el dolor, lo soltó. Pero no se dio por vencida; mientras Rondín caía a toda velocidad, el gavilán dio un giro en el aire y regresó, cogiendo al roedor de la cola. Rondín al querer liberarse jaló fuertemente y perdió un pedazo de su colita para caer sobre una rama y regresar por ella al techo de la casa.
Luego de escuchar el relato de Rondín, Pepino le contó todo lo que a él le había pasado. Rondín estaba indignado; no podía creer que un ratón había planeado toda esa maldad. Entonces se le ocurrió una idea.
-Tenemos que separarnos nuevamente- dijo enérgicamente.
Sospechaba que tal vez Omega intentaría atacar a los ratones que quedaban en la cocina, por eso uno de los dos debía ir para alertarlos y el otro quedarse para liberar a los prisioneros de la pecera, ¿pero, quién haría qué?.
Pepino suplicó, no quería separarse de Rondín, quería volver a casa y lloró. Rondín se molestó y lo regañó:
-“¡Compórtate!”- dijo Rondín
-“Tengo miedo Rondín”- alegó Pepino
-“Todos tenemos miedo Pepino”... “yo también lo tengo”... “no es malo tener miedo”... “lo malo es dejar que el miedo te venza”
-“Pero tú puedes cuidarte solo”... “eres un héroe”
-“¿Y tú no?“... ¿No te das cuenta, verdad?”- preguntó Rondín
-¿Qué cosa?- dijo Pepino
-“¡Ya has podido cuidarte sólo!”... “¡puedes hacerlo otra vez!”... “No pensé que podrías... pero lo hiciste”- dijo sorprendido Rondín
-“Es cierto”- pensó Pepino
-“¿Además somos hombres o ratones?” finalizó Rondín.
-“Ratones”- respondió el ratoncito enérgicamente
Pepino se tranquilizó.
Rondín dedujo que el camino más rápido para llegar al primer piso, era a través de la chimenea; pero era demasiado peligroso para cualquier ratón común y Rondín lo conocía bien; entonces supo que él tendría que hacerlo de nuevo.
La tarea de Pepino también era difícil: bajaría al segundo piso de la misma forma como subió, pero por el cuarto del costado, de allí tendría que regresar al cuarto de los ratones y salvarlos.
Rondín le deseó suerte a Pepino.
-“Cree en ti mismo”- le dijo y luego se lanzó por la chimenea, no había tiempo que perder.
Pepino entró al dormitorio, bajó por la cortina y se escondió debajo de la cama, el cuarto de los ratones estaba al lado pero no sabía qué hacer.
De pronto, en lo alto de la mesa, vio a un animal encerrado en una pequeña pecera, Pepino trepó y quedó asombrado al verlo; era muy peludo, de color marrón, más gordo que Rondín, cachetón y de orejas muy pequeñas.
Su pecera estaba con aserrín, había una gran rueda en donde el animal corría y una pequeña casa de colores, tenía una fuente de agua y un dispensador de comida.
El animal dijo llamarse “Canuto”, era un hámster y pertenecía a la hija de la familia. Él le dijo que vio, en más de una oportunidad, a unos ratones blancos llevarse a otros, de color plomo, desmayados.
Pepino ofreció sacarlo (sin saber cómo), pero Canuto no aceptó
-“No te preocupes por mí... yo soy feliz aquí... mi humana me trata muy bien... me cuida y alimenta... eres tú quien debe cuidarse de esos ratones pálidos”- dijo.
Pero Pepino no podía comprenderlo
-“¿Cómo podía Canuto ser feliz en ese encierro?... Quizás no todos los humanos son malos después de todo”- pensó.
Pepino se despidió de Canuto, salió del cuarto y caminó por el pasillo. Los ratones blancos ya no estaban, tal vez Rondín tenía razón: fueron a buscar a los ratones de la cocina.
Rondín llegó al primer piso cayendo violentamente por la chimenea, todo negro, por el hollín. Al regresar al comedor vio a los dos ratones blancos en dirección de la cocina; sin perder tiempo les gritó y se burló de ellos para que lo sigan:
-“Así que son ustedes los responsables de todo... y de verdad que son feos por fuera como por dentro”- dijo
-“Tú... tú deberías ser comida de gavilán... pero no importa... en unos minutos estarás rogando por tu vida tuerto”.
-“Vas a necesitar otros dos “albinos” más para vencerme”- dijo Rondín.
Omega se enfureció y cogió un mondadientes, subió en el lomo de Pelos y este lo llevó como un caballo a su jinete a toda velocidad. Rondín empezó a correr, pero cerca al cuarto del depósito se tropezó.
Justo cuando Omega y Pelos se acercaban, fueron atacados, sorpresivamente, con un lápiz. Pelos se desmayó e hizo que Omega caiga al piso.
Era Piquete, quién tras despertar de su desmayo, alertó a todos y a pesar de sus heridas, volvió con el fin de ayudar, había llegado en el momento preciso.
Rondín estaba contento de que Piquete regresara, y Piquete estaba feliz de haberle dado su merecido a Pelos, en cambio Omega los miró a ambos con cólera. Ellos lo miraron de la misma forma: los dos ratones plomos estaban extremadamente molestos.
Piquete botó al piso el lápiz y le pidió a Rondín que le diera a él, la oportunidad de castigar al ratón blanco, Rondín aceptó.
Pero Pelos era muy fuerte, se levantó detrás de Omega con una furia incontenible, Omega sonriente se apartó, quería ver como su sirviente se encargaba de ambos.
Fue en ese momento en que Rondín cometió un grave error:
-“No te preocupes Piquete... Pepino está tratando de salvar a los ratones prisioneros”- dijo
Omega lo escuchó, y sin perder tiempo se alejó para tratar de detener al pequeño ratón.
Rondín se sintió un bruto, le dijo a Piquete que se vaya y detenga a Omega, corrió hacia Pelos y empezó a luchar con él, aunque la diferencia de tamaño y fuerza era enorme.
Piquete obedeció, quería atrapar a Omega y darle su merecido, pero éste era astuto.
Omega subía rápidamente las escaleras, Piquete lo seguía. Pero el astuto ratón blanco lo tenía todo preparado: había cogido el lápiz con el que Piquete golpeó a Pelos y lo usó de la misma forma contra Piquete.
Pepino estaba en el dormitorio de los ratones prisioneros, allí estaba Pelusa, la ratona blanca, él la miró asustado, pero ella le pidió disculpas. Le dijo que no le agradaba la idea de hacer sufrir a otros ratones, ni a nadie, pero obedecía a Omega porque le salvó de terribles sufrimientos.
Pepino no se dio por vencido, le suplicó, le rogó que le ayude, pero ella se rehusó.
-“Vete ahora y no le diré nada a Omega... sálvate tú... es la única oportunidad que te doy”-dijo.
Pero Pepino no podía aceptar eso, corrió hacia el ropero y empezó a subir utilizando las grietas que Pelos había dejado sobre la madera; Pelusa molesta lo jaló al piso nuevamente (pese a ser hembra era del mismo tamaño que Pepino). A Pepino no le quedó otra que pelear con ella.
Pelusa resultó ser muy fuerte para Pepino, él, solo había peleado con su sombra y había perdido; pero esta vez no; ahora debía salvar a sus amigos. Con mucho esfuerzo tiró al piso a la ratona blanca y luego le rogó que lo ayudara una vez más.
-“Si me ayudas tú puedes venir con nosotros... puedes vivir en la cocina también”- rogó Pepino
-“Pero él me salvó... ¿cómo lo voy a traicionar?”- dijo Pelusa.
-“Pero él te obliga a hacer cosas malas... no puedes ayudara a alguien así”- dijo el ratón, mientras le extendía la pata y la ayudaba a levantarse del piso.
Pelusa aceptó. Pidió disculpas al ratón gris y luego juró ayudarlo a subir y liberar a sus amigos.
Treparon despacio, poco a poco, Pepino primero y Pelusa detrás de él. De pronto llegó Omega, se puso furioso al verlos juntos y empezó a seguirlos velozmente.
Omega era un excelente trepador, en pocos segundos llegó hasta donde estaba Pelusa.
-“Traidora”- le gritó. Luego la hizo caer al piso jalándole la pata; al tocar el fondo la ratona blanca se desmayó.
Pepino siguió trepando sin perder el tiempo, subió hasta el tope y desde allí trató de empujar a Omega utilizando un fósforo que estaba cerca. Omega no estaba del todo arriba, pero era muy hábil, sujetándose del mueble con una pata, le arrancó el objeto y empujó al ratón plomo hacia delante; para cuando Pepino se levantó, Omega ya estaba a su lado.
Mientras tanto, su amigo Rondín peleaba contra Pelos; estaba exhausto y su adversario parecía ser tan resistente y fuerte como un oso polar. El pobre ratón plomo estaba consiente de lo que le pasaría. Su rival lo cogió del cuello y lo elevó con mucha fuerza. Rondín sólo pensó:
-“Ojalá Pepino salve a los demás... ya no voy a estar para ayudarlo... de ésta no me salvo”, pensó resignado.
En ese momento, felizmente apareció Fiona (logró liberarse de su encierro en el cuarto de depósito rompiendo la puerta) vio a su amigo el ratón en problemas y se abalanzó sobre Pelos con mucha fiereza. Con el hocico lo hizo salir volando por los aires muy lejos; sólo se escuchó un golpe fuerte en el piso.
Después Fiona cogió a Rondín con mucha delicadeza y lo llevó hacia su lomo. Éste le pidió buscar a Piquete.
Rápidamente llegaron a las escaleras, Piquete estaba herido
- “Me rompí la pata... vete ya… y ayuda a Pepino”- exclamó adolorido Piquete
Rondín siguió su marcha sobre Fiona. Mientras tanto en el segundo piso.
-“Ser insignificante... realmente crees que alguien como tú puede liberar a tus amigos... no te das cuenta lo que eres... ¡eres un tonto!... ¡pequeño!... ¡débil!... ¡miedoso seguramente!... ¡si!... eso es... eres el más miedoso de todos... ¡lo puedo ver en tus ojos!”- gritó Omega, mientras lo empujaba con el fósforo. Pepino no podía hacer nada para defenderse.
Justo cuando Pepino pensó que todo estaba perdido, vio una caja de fósforos cerca; corrió hacia ella, sacó un par y prendió sólo uno. Omega al ver el fuego retrocedió; pero como también tenía un fósforo, muy inteligentemente utilizó el que tenía Pepino para prender el suyo. Así empezó una pelea pareja de “espadas encendidas”.
Fue en ese momento en que Rondín llegó a la escena; no sabía qué hacer. Tenía dos opciones: ayudar a Pepino o liberar a los demás ratones.
-“Voy a confiar en ti una vez más”- pensó. Pidió a Fiona que lo acerque a la cortina y trepó por ella hasta lo más alto, luego saltó a la parte superior de la pecera donde se encontraban sus amigos prisioneros, llevó con él la cuerda de la cortina.
El problema fue que Rondín hizo mucho ruido y Omega se dio cuenta de su presencia. Debía evitar a toda costa que liberara a sus prisioneros; por eso se concentró en vencer a Pepino rápidamente.
Pero Omega no contaba con la astucia del ratón plomo; Antes de que los fósforos de ambos se apagaran, Pepino encendió el segundo que tenía y amenazó a Omega, esta vez era el roedor blanco el que no sabía qué hacer.
Pepino golpeó a Omega en la cabeza con el fósforo encendido; la quemazón que recibió sólo alimentó su furia, contraatacando al pequeño ratón para botarlo del ropero.
El ratón miedoso no cayó al vació, se agarró del filo y regresó al tope. Pero Omega ya estaba trepando la pecera para detener a Rondín.
Un simple cartón tapaba la pecera. Rondín empezó a roerlo hasta que hizo un hueco, lo suficientemente grande como para que los ratones pasen por él; luego metió la cuerda de la cortina por el hoyo.
-“Apúrense en subir… de uno en uno…”- les dijo.
Al ver lo que sucedía, Omega se apuró en subir más rápido a la pecera, pero no contó con que Pepino saltaría sobre su cuello.
-“Tal vez no sea valiente... pero voy a salvar a mis amigos”- dijo Pepino, sin dejar de sujetar al roedor blanco. Ambos cayeron.
Los ratones que miraban desde la pecera no podían creer que ese fuera Pepino: el ratón cobarde.
Pepino no se soltaba, sujetaba con fuerza el cuello de Omega, quitándole el aire. Con mucho esfuerzo Omega pudo sacar un pequeño silbato que tenía escondido y lo silbó. El sonido hizo que la perra se alterara. Fiona se puso en dos patas y empezó a empujar el ropero con mucha fuerza. Caería al piso en cualquier momento.
Sin casi poder hablar (Pepino aún lo sujetaba del cuello) Omega dijo:
-“¿Sabes lo qué es esto?... un silbato especial para perros... los altera... eso es todo lo que necesito... no podrán salvar a los demás”- dijo con mucho esfuerzo y luego siguió soplando el silbato.
Rondín escuchó las palabras de Omega y les gritó a los ratones:
-“Sujétense todos de la cuerda... sujétense fuerte”- dijo y luego saltó hacia donde se encontraba Pepino y lo separó de Omega. Cargó sobre sus hombros a su amigo y saltó hacia uno de los cuadros que se encontraba cerca, sujetándose con firmeza.
El ropero dio su última tambaleada, se separó de la pared y empezó a caer; los ratones de la pecera se sujetaron de la cuerda con fuerza. Fiona reaccionó, cogió a Pelusa, por pedido a gritos de Pepino, y se la llevó del dormitorio.
Antes de que el mueble caiga, Omega juró a los ratones que se vengaría, luego saltó hacía la cortina y salió por la misma rendija de la ventana que Pepino usó minutos antes. Ya en la parte exterior, no pudo más y se desmayó del cansancio.
Al despertar notó que algo se acercaba: era un gavilán, el mismo que atacó a Rondín. Antes que Omega pudiera reaccionar, el ave lo sujetó con ambas patas y se lo llevó.
Los gritos de terror de Omega se escucharon hasta el interior de la casa; esta vez el gavilán no perdería a su presa.
Todos los ratones que estaban sujetos de la cuerda, bajaron ayudándose de uno en uno; pero los héroes aún colgaban del cuadro y Rondín perdía fuerzas, al final no pudo más y dejó caer a Pepino.
Pepino sintió que era su fin, pero felizmente fue atrapado por alguien antes de estrellarse contra el piso; era “Canuto”, el hámster, que llegó hasta el cuarto de pura curiosidad por todo el ruido.
Luego de dejar a Pepino en el piso, atrapó en el aire también a Rondín, éste estaba muy sorprendido de verlo, le parecía tan raro.
“Gracias Canuto… realmente me sorprende verte fuera de tu casa”-dijo Pepino-.
“De nada... que bueno que llegué a tiempo… yo sé salir de ahí desde hace tiempo” – respondió el amable hámster.
“¿Qué eres?” – dijo Rondín-.
“Es mi amigo el hámster… se llama Canuto- dijo Pepino-.
“Así es… y este hámster se tiene que ir… espero que les vaya muy bien”- respondió Canuto- y se marchó.
Una vez libres, los ratones cargaron a Pepino y a Rondín como verdaderos héroes; pero al ver a Fiona, se asustaron, corriendo en varias direcciones.
Pepino los quiso tranquilizar, les dijo que ella los había ayudado y que no debían temer. Los asustadizos ratones le hicieron caso, confiaban ahora en él, más que nunca.
Segundos después Pelusa despertó, los ratones la vieron y entraron en cólera; pues recordaban que ella los había dormido. Por eso Nata la empujó al piso y la miró con resentimiento.
Antes de que la lastime más, Pepino intercedió:
-“Ella no quería hacer eso... el otro ratón la obligaba a hacerlo... ella es buena... me ayudó”- dijo Pepino-.
Al escucharlo Nata se puso celosa, pero Pepino la abrazó; eso la hizo sonreír, ambos estaban felices de verse sanos y salvos.
Morita la gata los vio pasar a todos en dirección del primer piso, pero no hizo nada; la perra la miró amenazante.
El que no se dejó asustar por nadie fue Pelos, cuando todos llegaron al primer piso, les rugió amenazador.
Pero Pepino, desconociéndose totalmente le habló:
-“Tú también puedes venir con nosotros... no te haremos daño... sé que te forzaron a hacer cosas que tú no querías... si quieres puedo ser tu amigo” y luego le extendió la pata.
Pelusa le advirtió que nunca aceptaría su ayuda, los demás al escuchar esto se asustaron.
Pelos nunca había tenido un amigo, vivió solo, dentro una jaula, siempre lejos de su hermana y de los demás ratones del laboratorio; era la primera vez que le hablaban con gentileza y le ofrecían amistad.
“Perdóname”- dijo Pelos- y luego de pronunciar su primera palabra, estrechó la pata con Pepino, Pelusa corrió para abrazarlo y él los abrazó a ambos.
Antes de regresar a casa recogieron a Piquete y lo llevaron cargado entre todos.
Mientras tanto, en la cocina, Garbanzo y Yema sólo pensaban en su hijo. Ya había pasado un buen rato desde que no lo veían y estaban muy preocupados. De pronto Pepino apareció, llegaba con todos los demás ratones desaparecidos, guiándolos de vuelta a casa, como todo un líder.
Nunca estuvieron más orgullosos de alguna de sus crías, (tenían trescientos cuarenta y dos). Se acercaron a él y lo abrazaron; su hijo los había salvado a todos.
Todos habían vuelto, pero la escasez de comida aún era un problema hasta que Pelusa recordó donde estaba escondida.
“En la alacena del escritorio” dijo “Allí hay otra alacena donde el doctor esconde sus dulces”.
Poco a poco fueron trayendo toda la comida al hueco de la cocina. Había suficiente como para dos semanas. El tiempo justo en que los humanos regresarían.
Rondín se sintió feliz, los ratones buscadores lo miraban como a un héroe, como en el pasado; aunque el heroísmo ya no era lo que lo hacía feliz. Ahora lo alegraba haber ayudado a Pepino, su nuevo amigo, a superar su timidez.
Hicieron una gran fiesta y todos estuvieron invitados: Canuto, Fiona y los ratones blancos: Pelos y Pelusa, que ahora vivían en armonía con sus “hermanos” ratones plomos.
Todos bailaron y se divirtieron mientras les echaban porras a Pepino y a Rondín: los nuevos héroes de la comunidad ratón; pero Pepino les hizo saber que él no se consideraba un héroe.
-“Tal vez Rondín es unos de sus héroes... pero yo no soy el otro... yo fui por obligación... si hubiera podido elegir no habría ido... ese título le corresponde a Piquete... él nos ayudó aun estando lastimado... y pronto se recuperará de sus heridas para seguir cuidándonos” dijo Pepino. Todos aplaudieron.
Así Pepino descubrió que sus miedos eran sólo producto de su imaginación; que la vida tiene retos muy grandes a los que se les debe enfrentar para salir adelante.
Recordó lo que una vez le dijo Rondín:
- “No es malo tener miedo”... “lo malo es dejar que el miedo te venza”-
Pepino sabía que seguía siendo un miedoso, tal vez lo sería toda su vida; pero poco a poco superaría algunos de sus temores y se convertiría en un mejor ratón; eso sí lo tenía bien claro.
Sólo lo entristecía algo: Omega, o como realmente se llamaba, “Campanita”.
-“Si tan sólo los humanos no hubieran sido tan crueles con él... ¿por qué hacer experimentos tan terribles con un animal indefenso?- pensó.
Estaba seguro que Omega o Campanita no era malo, sino que lo habían hecho así. ¿Qué sufrimientos debió haber pasado? Pero ya era muy tarde, todos habían escuchado sus gritos cuando el gavilán se lo llevó; ya debía estar muerto.
La fiesta seguía. Rondín se acercó a Pepino porque intuía su tristeza..
-“¿Te entristece Omega verdad?- le dijo.
Pepino no pudo negarlo -“Yo sé que en el fondo fue bueno”- dijo.
Rondín sonrió -“Gracias por ayudarme a salvar a los demás”.
Pepino respondió -“Gracias a ti por salvarme más de una vez y por ayudarme a superar mis miedos”.
-“Aun no te he ayudado completamente”- dijo. Pepino no entendió y Rondín de inmediato le explicó:
-“El gavilán que se llevó a Omega ha puesto huevos que aún no han roto el cascarón. Entonces… existe la posibilidad de que Omega aun viva... ¿si quieres podemos ir a rescatarlo?... sé donde es... ¿te animas?”- preguntó.
Pepino no lo pensó dos veces; se negó, pero Rondín no aceptó un no por respuesta. Cargó a su amigo sobre sus hombros y se lo llevó a la fuerza, era el comienzo de una nueva aventura.
Fin